AROMAS NOSTÁLGICOS
Begoña paseaba
por el sendero de su pueblo, aspirando el olor que este emanaba. Desde niña
había caminado, corrido y jugado por dicho camino. Recordó lo feliz que era en
aquella época, oyó su risita infantil mezclada con la de sus primos, una leve
sonrisa suavizó el rictus de sus labios. ¡Ojala pudiera volver atrás!, pensó,
entonces no tenía problemas, los mayores me protegían de cualquier adversidad,
me acunaban en sus brazos para calmar mi llanto… Pero ese tiempo quedó muy
lejos, ella era una mujer, una mujer actual, trabajadora y madre de dos
preciosos niños. Sus ojos se empañaron de nostalgia, por su mente pasó la
imagen de una jovencita alegre, paseando cogida de la mano con su novio.
Contuvo la respiración al recordar el primer beso, aquel que escondidos tras el
pajar, nerviosos y excitados robaron a la vida. La emoción que supuso, la
inmensa alegría, ella creía que aquel chico sería el hombre de su vida, creyó
que se convertiría en su futuro marido. Cuanta inocencia, cuanto amor rebosaba
en esos momentos. Pero la vida va pasando, los días se suceden, las hojas del
calendario van cayendo y con ellas los años. De aquella jovencita llamada
Begoña, solo queda el nombre…
La vida le había
enseñado a caminar sin bastón, a tropezar con las piedras y levantarse sin
ayuda. Sus padres ya no estaban para acunarla en su regazo, su juventud se
había disipado como la niebla. La alegría había abierto la puerta a la
tristeza, la niña que un día fue se había perdido en el camino. ¿Por qué? Se
preguntaba una y otra vez, sus amigas no sufrían tanto, las desgracias las
habían esquivado, ella en cambio tuvo que afrontar una, otra, otra… y así
sucesivamente hasta el momento.
Se sentó en la
orilla del río, admiró sus tranquilas aguas, los plateados peces nadando en
ellas, ajenos a su pesar, su dolor, su nostalgia. Había vuelto al lugar donde
fue tan feliz, deseaba encontrarse a si misma de nuevo, volver a sonreír,
buscar la paz tanto tiempo negada. Analizar cada instante de su vida, intentar
reunir las fuerzas necesarias para emprender su nueva vida, percibía que si
había un lugar en el inmenso mundo donde encontrarse, era ese. Su origen, aquel
al que no había tenido fuerzas de volver después de la muerte de sus padres,
ahora le parecía el lugar idóneo para renacer.
Begoña se había
casado muy joven, demasiado quizá. Su matrimonio con Andrés había colmado sus
sueños, dejo su trabajo para que él pudiera alcanzar su meta. Lo hizo por amor,
sin reproches, pasó de ser abogada a esposa y madre abnegada. Durante los primeros
años las cosas marcharon bien, eran felices, o casi. El trabajo de Andrés le
mantenía muchas horas fuera de casa, él también era abogado, pero ambicioso.
Nunca se preocupó de lo que pensaba o sentía su mujer, lo daba todo por hecho,
eso solía decir a menudo a sus colegas, cuando preguntaban por ella.- Begoña,
esta bien. Se ocupa de los niños y de la casa, que más puede pedir-. Siempre
acababa la frase con una sonrisa.
Begoña tardó
demasiado tiempo en darse cuenta de la clase de hombre que era. Ella se
sumergió en el mundo de los niños, pediatra, colegios, actividades,
enfermedades, noches sin dormir. Al crecer los niños, pensó que quizá podría
volver al trabajo, pero la enfermedad de sus progenitores la quitaron la idea,
así pasó los siguientes diez años cuidando de los mayores. Cuando se quiso dar
cuenta habían pasado veinte años, su hijo mayor estaba a punto de cumplirlos.
Ella no hacía mucho había vuelto a estudiar, necesitaba sentirse mujer, sin
darse cuenta durante todos esos años había dejado de existir, primero su
marido, sus hijos y por último la dependencia total de sus padres. Los dos
habían emprendido el último viaje en su regazo… Al recordar esos momentos trágicos las lágrimas afloraron
en sus ojos, no volver a ver sus rostros, a besar sus mejillas, a sentir sus
manos. Ellos que tantas veces la acunaron en sus brazos, ya no estaban, echaba
de menos su risa, su voz, su presencia, esa que tanto valor la suministraba…
Se limpio las
lágrimas que se deslizaban por sus mejillas, no era hora de llorar, era el
momento de resurgir. Era consciente de que la vida continua, que por ley los
padres se han de marchar, pero no tan pronto, ni tan mal. El único consuelo que
le quedaba es haber estado en todo momentos con ellos, cuidarles como con ella
hicieron, cambiaron los papeles en el final de su existencia. En ese instante, rodeada de la tierra que
habían compartido, deseo con toda su alma poder llorar de nuevo a su amparo,
sentir su aliento en su mejilla, mientras la voz enérgica de su padre intentaba
consolarla
Pero la realidad
se impuso, estaba sola, compartiendo su soledad con el río. Sus hijos estaban
de vacaciones con sus amigos, su marido…
Andrés, en cualquier playa paradisíaca disfrutando de su renovada
juventud.
Evocó la noche
que puso fin a su matrimonio tan solo cinco meses atrás. Andrés llegó pronto,
cosa poco habitual, ella manifestó su alegría dándole un beso en los labios,
que él sutilmente esquivo, de eso se percató un rato más tarde, cuando la
ofuscación dio paso a la claridad. Con el semblante muy serio, le comunicó que
tenían que hablar, la conversación
mantenida se grabó a fuego vivo en su memoria.
- Supongo que
los chicos no están.- Preguntó él antes de comenzar a hablar, Begoña asintió
con la cabeza.- Era lo que esperaba, no quiero que estén presentes, lo que
tengo que decirte es de suma importancia.
Por un fugaz
instante Begoña pensó que su marido estaba enfermo, que una terrible enfermedad
le acechaba, pero todo quedó en eso, en un efímero pensamiento, al pronunciar la siguiente frase no dejo
dudas.
- No soy feliz,
llevo mucho tiempo planteándomelo y he llegado a la conclusión que necesito
estar solo.
Los ojos de Begoña se abrieron como platos,
contuvo la respiración sin apenas darse cuenta, Andrés ajeno a todo lo que no
fuera él mismo, como siempre, continuó.
- No se como
explicarte lo que siento, pero si se que me siento vacío. Ya no compartimos
nada, a veces te miro y no se quien eres. La mujer de la que me enamoré se ha
esfumado…
Begoña lo
observó incrédula, de su boca no salía sonido alguno, sus labios parecían estar
sellados. Con el corazón encogido dejo que él continuara con su charla.
- Antes eras
divertida, inteligente, una magnifica amante, te arreglabas. Ahora cuando te
veo no encuentro nada atractivo en tu cuerpo, tus ojos no transmiten el amor de
antaño, no hablas, tus silencios a veces me resultan tediosos. Necesito aspirar
el aire de la vida, llegar a casa y encontrar a mi mujer dispuesta a
escucharme, a reírse… No sé, quizá me equivoque, pero has cambiado, la Begoña que
recuerdo ya no existe.
Un silencio se
impuso, Begoña intentaba canalizar cada palabra, Andrés estudiaba el rostro
pretérito de su esposa. Ella tragó saliva antes de hablar.
-Claro que la
Begoña de antes no esta, me he pasado la vida cuidando de vosotros sin más.
Deje mi carrera para que tú pudiera ascender, mientras yo cuidaba de ti y tus
hijos. Y lo hice por amor, por lo mucho que siempre te he amado. Pero parece
que todos mis sacrificios han sido en vano, ya que jamás he recibido un
reconocimiento por tu parte, a mis cuarenta y cuatro años según tú, soy una
mujer triste, vacía… ¿ Te has planteado que quizá seas tú el culpable?
- No digas
tonterías, me ha pasado estos veinte años trabajando como un cabrón, para que a
vosotros no os faltara nada. No intentes hacerme sentir el causante de esta
situación. Yo he cumplido con mi papel de esposo, eres tú la que has fallado.
Andrés se
levantó airado y se dirigió al dormitorio principal. Extrajo una maleta del
armario y comenzó a introducir ropa, Begoña se apoyó en el dintel de la puerta
y observó la escena, mientras un fuego abrasador corría por sus venas.
- Así que tú has
cumplido con tu papel de esposo y padre a la perfección. ¿Cierto?- Andrés la
miro de soslayo, sus ojos reflejaban hastío.- ¿Dónde estabas cuando ingresé a
tu hijo pequeño con una meningitis? ¿O cuando Javier se cayó de la bici y
tuvieron que darle treinta puntos?
- Ya esta bien,
deja de de decir gilipolleces. Trabajando, lo sabes muy bien.- Contestó muy
enfadado.-
- No, no lo sé.
Hasta hoy creí conocerte, disculpaba cada una de tus faltas, pero ahora veo lo
equivocada que estaba. Yo renuncié a todo por ti y tú ni siquiera te dignas a
recordarlo. Me has dejado sola frente a esta familia, no has recibido un solo
reproche en estos años, y te atreves a decirme que ya no me amas porque me he
convertido en una mujer aburrida.
- Sabía que me
ibas a montar una escenita, es típico de las mujeres.- Comentó sarcástico.-
Begoña se
creció, esto era el fin, estaba claro. Pero Andrés no se iba a ir de rositas, ella
le había allanado el sendero de la vida, pero no estaba dispuesta a dejarlo
marchar sin decir la infinidad de veces que él, el gran hombre, había fallado.
A pesar del dolor que esta situación le causaba, tenía que sacar valor, se
acabó el permanecer silenciosa porqué Andrés necesitaba paz después de un gran
caso. No, esta vez ella iba a verter todas y cada una de sus frustraciones.
- Será típico de
las mujeres, pero eres consciente que la tuya no es así. Quizá uno de mis
errores ha sido permanecer en la sombra, callando mi dolor para evitarte
sufrimiento. Creo que ha llegado el momento de bajarte del pedestal. Tú no has
sido un buen compañero, has viajado sin equipaje por la vida, mientras yo me
ocupaba de la ropa sucia. No has llegado donde estas solo, yo te he llevado de
la mano. Cuando había un caso que te quitaba un sueño, allí estaba Begoña
infundiéndote ánimos, cuando la enfermedad agitaba tu cuerpo, Begoña era la que
te cuidaba a pesar de estar cansada o enferma como tú. Pero claro eso no tiene
importancia, lo importante es lo que a ti te ocurre, tus proyectos, tus retos,
tus premios, tu dinero. ¿Crees que yo no tengo nada de eso? Pues los tengo, soy
una mujer, inteligente, apasionada… Cuantas veces me he tenido que aguantar las
ganas de hacer el amor porqué tú estabas cansado o simplemente no estabas para
ello en ese instante, ni te imaginas las veces que he llorado en silencio tu
ausencia, o cuando mis padres murieron y tú estabas en una reunión muy
importante. Eso no es nada, ¿verdad? Solo los reproches de una mujer amargada.
Quiero que sepas
que no estoy amargada, que lo que he hecho por todos y cada uno de vosotros, lo
hice por amor, un amor incondicional del cual me siento muy orgullosa. Si no
hubiera sido por mis cuidados y me empeño en haceros una vida cómoda, ninguno
de vosotros serias lo que sois. No me importa vivir a la sombra de alguien,
siempre que ese alguien se de cuenta que existo. Lo único que siento es haberme
equivocado de persona, al igual que tú hoy me doy cuenta que no te conozco, el
hombre que conocí, con el que emprendí el camino de la vida, se ha esfumado. Ya
no eres el Andrés romántico, apasionado y tierno que yo deseaba entre mis
brazos. En su lugar ha crecido un hombre egocéntrico, incapaz de valorar lo
mejor de la vida, la amistad y el amor han sido remplazados por el poder y el
dinero. Te puedes ir, me acabo de percatar que no deseo compartir el resto de
mi vida contigo, que la venda que cubría mis ojos se ha caído de vieja. Ahora
te veo tal y como eres, un pobre hombre que a punto de cumplir los cincuenta
quiere aparentar treinta, esa no es la persona que deseo tener a mi lado en la
vejez.
Andrés asombrado
por las palabras de su mujer, se había sentado en la cama. De golpe se sentía
viejo y cansado, se había dado cuenta de que ella decía la verdad, Begoña era
su talismán, ella era la que hacía todo,
la que se encargaba de los menesteres más sencillos, a la vez que importantes.
¿Y él quién era? Un gran abogado, de eso no había dudas, pero apenas conocía a
sus hijos, no sabía que comida preferían, o que enfermedades habían pasado. No
había percibido la angustia de su mujer, ni tan solo sabía que existía, nunca
se había preocupado por ello. Se levantó rápidamente y siguió a Begoña a la
cocina.
- Lo siento
Bego,- dijo con lágrimas en los ojos- Tienes razón, he sido un egoísta. Nunca
te he prestado atención, todo lo he dado por hecho…
Una llamada en
el móvil de Andrés interrumpió la conversación. Él miró el nombre en la
pantalla y colgó, fue fugaz, un segundo, lo suficiente para que Begoña se diera
cuenta de lo que ocurría. Tragándose las lágrimas dio por finalizado su
matrimonio.
-Vete, no la
hagas esperar...
- No es lo que
piensas.- Respondió nervioso-.
- Da igual lo
que piense, siempre ha sido así, por qué ahora te iba a importar.
- Quizá porqué
te he vuelto a encontrar.- Argumentó, con un tono meloso.-
- Demasiado
tarde Andrés, demasiado tarde. Vete, no pierdas el próximo tren…
Begoña aspiro el
aroma de las jaras, escuchó el trino de los pájaros y sus ojos se vieron
reflejados en la cristalina agua del río. Habían pasado cinco meses desde
aquella tarde y a ella le parecían siglos. No estaba equivocada Andrés tenía
una amante, una veinte añera que le
había devuelto la juventud añorada. El había vivido un cuento durante mes y
medio, pero como todo cuento tiene un final, el suyo también, y no precisamente
feliz. Andrés la llamó varias veces y ella hizo caso omiso de sus llamadas, una
mañana se presentó en casa para pedirle una oportunidad. Begoña por una vez en
la vida pensó en ella mismo y se la negó.
Y allí estaba pasando unos días en el lugar
que más amaba, encajando el rompecabezas en su cerebro, curando las heridas aun
abiertas a base de lametazos. Cada día que pasaba se sentía mejor, más fuerte,
segura, confiada,
De pronto sintió
unas ganas inmensas de sumergirse en el agua que tantas veces había refrescado
su piel. Se desnudo pausadamente, lentamente se introdujo en las serenas aguas
del río, esté la recibió como si llevara años esperando el momento. Nadó
relajándose con cada brazada, notar el agua en su cuerpo desnudo la excitó, una
sensación olvidada. Al salir del agua, los rayos de sol acariciaron su piel
suavemente, como un amante. Se vistió y con el cabello mojado y la ropa
adherida a su cuerpo, dirigió sus pasos a la vieja y solariega casa de su
abuela.
Algo había
cambiado, unas horas antes mientras paseaba por ese mismo lugar, estaba
hundida, no veía la luz al final del túnel. En ese instante se sentía contenta
de ser quién era, había descubierto que era capaz de volver a vivir, había
dejado en las aguas del río, sus miedos y frustraciones, se sintió valiente,
sexy, mujer…
Unas voces la
sacaron de sus pensamientos, música, risas. ¿Quién podía ser? Según se iba
acercando a la casa, percibió que los sonidos salían de ella, aceleró el paso
nerviosa, preocupada por el hecho.
- Sorpresa…-
Gritó su prima Marta, saliendo a su encuentro- Creías que te iba a dejar sola
el día de tu cumpleaños.
Una sonrisa
iluminó el rostro de Begoña, su prima, esa que siempre había estado a su lado,
la que nunca fallaba, un hombro en el que llorar, la que durante años le
intentó abrir los ojos en lo referente a su marido, la persona que la acompañó
en los duros momentos de sus padres. Ella estaba allí de nuevo, Begoña corrió a
envolverla en sus brazos, olió su perfume y se sintió feliz. Como por arte de
magia salieron sus hijos por la puerta de la casa, aquella que pocas horas
antes, ella había dejado vacía y cerrada.
- Felicidades
mama.- Dijeron los dos a la vez.-
Begoña atónita
por la sorpresa, tardó en reaccionar.
- ¿Pero qué
hacéis aquí?- Preguntó incrédula.
- No pensarías
que no acudiríamos a tu cumpleaños, después de todo lo que tú has hecho por
nosotros.- Contestó su hijo Javier-.
Los dos
abrazaron a su madre a la vez.
- Te queremos
mama, eres la mejor. No lo olvides nunca.
Begoña notó como
sus ojos se humedecían de emoción. Más gente comenzó a salir de la casa, era
una fiesta… Su hermano, sus sobrinos, sus amigas, todos estaban allí.
Esa noche en su
lecho rememoró lo acontecido durante el día, se percató de que había mucha
gente que la quería, por ella, por ser como era. Sonrió al recordar la entrada
de un hombre desconocido en la casa, Juan, su prima le había invitado a la
fiesta. Juan, su primer novio, aquel con el que se besó apasionadamente tras el
pajar. Hablaron durante mucho rato sobre sus respectivas vidas, él también
estaba separado, pasaba las vacaciones con sus hijos y padres en el pueblo. Fue
algo emocionante, sensaciones memorables, volvió a ser la Begoña adolescente,
jugando con sus sobrinos se transformó en la Begoña de la infancia, hasta le
pareció oír la voz de su abuela felicitándola.
Lo sabía, sabía
que ese lugar le devolvería su vida, se encontraría con ella misma de nuevo. No
se había perdido en el camino, simplemente se había extraviado… Y por todo
ello, por lo bueno y por lo malo se sintió orgullosa de ella misma, se ser
quién era y de ser capaz de amar sin esperar nada a cambio. Estaba segura, de
que a partir de ese día la vida le sonreiría.
Gracia Pérez