Foto original de la portada de Suspendidos en el tiempo | . |
Este relato es un homenaje a Juanjo, autor de la fotografía, por cuya generosidad mi novela tiene una portada cautivadora. El relato está inspirado en una de sus aventuras infantiles.
Gracias Juanjo por tu generosidad y por compartir conmigo tus recuerdos
El niño que creyó
ver el mar
Juanjo, vivía en un pequeño pueblo
minero rodeado de hermosas montañas y bañado por el río Esla. Su infancia
transcurrió en Sabero, en medio del ruido de las sirenas y el humo de las
minas.
Corría la primavera de 1950, Juanjo como
cada tarde había salido a jugar con sus amigos, el monte Castro, un lugar
privilegiado era su parque infantil. Esa tarde uno de los chicos más grandes
decidió unirse a ellos. El grupo se mostró encantando por la atención del
muchacho mayor. En un momento entre juego y juego, les hizo una pregunta.
- ¿Alguno de vosotros ha visto el mar?
Los niños sorprendidos contestaron al
unísono un “No” rotundo.
- El mar está muy lejos, y mis padres no
pueden llevarnos.-Contestó Juanjo decidido.-
El chico mayor respondió con una gran
carcajada, y una frase que dejo al resto perplejos.
-Que tontería, yo os enseñaré el mar. Si
subimos a la peña podréis ver la inmensidad del mismo.-
Todos se mostraron entusiasmados con la
expectativa y estuvieron de acuerdo en seguirle para poder cumplir uno de sus
sueños. De todos ellos Juanjo era el más vehemente, ya que su imaginación no
tenía límites. Meses atrás había intentando atrapar el sol, y para ello empleo
todo su coraje y empeño.
Lo que el chico mayor no les había
dicho, era que la peña a la que tenían que subir era la más alejada. Por lo
tanto los chiquillos llegaron exhaustos al lugar, a pesar del cansancio Juanjo
fue el primero en coronar la peña y ante su sorpresa allí estaba…
En la inmensidad del infinito la tierra
se difuminaba con el cielo, perdiendo en el horizonte la definición de las
mismas. El corazón de Juanjo comenzó a latir con premura, su tan anhelado sueño
se había cumplido. Vislumbró el intenso azul del mar, con un número indefino de
barcos expulsando humo. Aquello le dejo anonadado, no podía dejar de mirar la
imagen, su mente fotografió la estampa para retenerla y que perdurará en su
memoria.
Llegó a su casa entusiasmado, su madre
le esperaba enfadada, tenían que acudir al oficio de tinieblas, era semana
santa. Mientras se comía la rebanada de pan con nata y azúcar, relató a su
madre la experiencia vivida en la peña. Ella le miró con los ojos muy abiertos,
otra más, pensó la mujer.
- Déjate de tonterías hijo, cómo vas a
ver el mar si a estás en medio de las montañas Leonesas. Anda come, que
llegamos tarde a las tinieblas.- Así dio por terminada la madre su gran
odisea.-
Mientras el cura entonaba aquellos
lúgubres cánticos, y la iglesia se envolvía en la oscuridad, Juanjo pensó que
le daba lo mismo, él, había visto el mar y los barcos, lo demás no le importaba…
Años más tarde, cuando la edad y la
madurez llegaron a su vida, supo que en realidad lo que había visto era el
horizonte perdido, y que aquellos barcos no eran más que el humo de las
chimeneas de los pueblos vecinos.
Aún así, el se negó a olvidar a aquella
ilusión…
Con cariño para ti, Juanjo, el niño que
siempre soñó
Gracia