Bienvenidos a mi blog

Ante todo deseo dar las gracias a todos aquellos que quieran compartir conmigo mis escritos.
Escribir es mi pasión, que junto con la lectura me han formado como mujer y persona.
Escribo desde lo más profundo de mi corazón, creo que es la mejor manera de llegar al lector.
Gracias a tod@s mis amig@s por su apoyo incondicional, por ellos he publicado mi primera novela, "Designios de una guerra" Si queréis conocerla, tiene su página en Facebook.
Reitero los agradecimientos a tod@s aquellas personas que creen en mi.
Mil besos y hasta pronto.

miércoles, 2 de mayo de 2012

AROMAS NOSTÁLGICOS


AROMAS NOSTÁLGICOS

Begoña paseaba por el sendero de su pueblo, aspirando el olor que este emanaba. Desde niña había caminado, corrido y jugado por dicho camino. Recordó lo feliz que era en aquella época, oyó su risita infantil mezclada con la de sus primos, una leve sonrisa suavizó el rictus de sus labios. ¡Ojala pudiera volver atrás!, pensó, entonces no tenía problemas, los mayores me protegían de cualquier adversidad, me acunaban en sus brazos para calmar mi llanto… Pero ese tiempo quedó muy lejos, ella era una mujer, una mujer actual, trabajadora y madre de dos preciosos niños. Sus ojos se empañaron de nostalgia, por su mente pasó la imagen de una jovencita alegre, paseando cogida de la mano con su novio. Contuvo la respiración al recordar el primer beso, aquel que escondidos tras el pajar, nerviosos y excitados robaron a la vida. La emoción que supuso, la inmensa alegría, ella creía que aquel chico sería el hombre de su vida, creyó que se convertiría en su futuro marido. Cuanta inocencia, cuanto amor rebosaba en esos momentos. Pero la vida va pasando, los días se suceden, las hojas del calendario van cayendo y con ellas los años. De aquella jovencita llamada Begoña, solo queda el nombre…
La vida le había enseñado a caminar sin bastón, a tropezar con las piedras y levantarse sin ayuda. Sus padres ya no estaban para acunarla en su regazo, su juventud se había disipado como la niebla. La alegría había abierto la puerta a la tristeza, la niña que un día fue se había perdido en el camino. ¿Por qué? Se preguntaba una y otra vez, sus amigas no sufrían tanto, las desgracias las habían esquivado, ella en cambio tuvo que afrontar una, otra, otra… y así sucesivamente hasta el momento.
Se sentó en la orilla del río, admiró sus tranquilas aguas, los plateados peces nadando en ellas, ajenos a su pesar, su dolor, su nostalgia. Había vuelto al lugar donde fue tan feliz, deseaba encontrarse a si misma de nuevo, volver a sonreír, buscar la paz tanto tiempo negada. Analizar cada instante de su vida, intentar reunir las fuerzas necesarias para emprender su nueva vida, percibía que si había un lugar en el inmenso mundo donde encontrarse, era ese. Su origen, aquel al que no había tenido fuerzas de volver después de la muerte de sus padres, ahora le parecía el lugar idóneo para renacer.
Begoña se había casado muy joven, demasiado quizá. Su matrimonio con Andrés había colmado sus sueños, dejo su trabajo para que él pudiera alcanzar su meta. Lo hizo por amor, sin reproches, pasó de ser abogada a esposa y madre abnegada. Durante los primeros años las cosas marcharon bien, eran felices, o casi. El trabajo de Andrés le mantenía muchas horas fuera de casa, él también era abogado, pero ambicioso. Nunca se preocupó de lo que pensaba o sentía su mujer, lo daba todo por hecho, eso solía decir a menudo a sus colegas, cuando preguntaban por ella.- Begoña, esta bien. Se ocupa de los niños y de la casa, que más puede pedir-. Siempre acababa la frase con una sonrisa.
Begoña tardó demasiado tiempo en darse cuenta de la clase de hombre que era. Ella se sumergió en el mundo de los niños, pediatra, colegios, actividades, enfermedades, noches sin dormir. Al crecer los niños, pensó que quizá podría volver al trabajo, pero la enfermedad de sus progenitores la quitaron la idea, así pasó los siguientes diez años cuidando de los mayores. Cuando se quiso dar cuenta habían pasado veinte años, su hijo mayor estaba a punto de cumplirlos. Ella no hacía mucho había vuelto a estudiar, necesitaba sentirse mujer, sin darse cuenta durante todos esos años había dejado de existir, primero su marido, sus hijos y por último la dependencia total de sus padres. Los dos habían emprendido el último viaje en su regazo… Al recordar  esos momentos trágicos las lágrimas afloraron en sus ojos, no volver a ver sus rostros, a besar sus mejillas, a sentir sus manos. Ellos que tantas veces la acunaron en sus brazos, ya no estaban, echaba de menos su risa, su voz, su presencia, esa que tanto valor la suministraba…
Se limpio las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas, no era hora de llorar, era el momento de resurgir. Era consciente de que la vida continua, que por ley los padres se han de marchar, pero no tan pronto, ni tan mal. El único consuelo que le quedaba es haber estado en todo momentos con ellos, cuidarles como con ella hicieron, cambiaron los papeles en el final de su existencia.  En ese instante, rodeada de la tierra que habían compartido, deseo con toda su alma poder llorar de nuevo a su amparo, sentir su aliento en su mejilla, mientras la voz enérgica de su padre intentaba consolarla
Pero la realidad se impuso, estaba sola, compartiendo su soledad con el río. Sus hijos estaban de vacaciones con sus amigos, su marido…  Andrés, en cualquier playa paradisíaca disfrutando de su renovada juventud.
Evocó la noche que puso fin a su matrimonio tan solo cinco meses atrás. Andrés llegó pronto, cosa poco habitual, ella manifestó su alegría dándole un beso en los labios, que él sutilmente esquivo, de eso se percató un rato más tarde, cuando la ofuscación dio paso a la claridad. Con el semblante muy serio, le comunicó que tenían que hablar, la  conversación mantenida se grabó a fuego vivo en su memoria.
- Supongo que los chicos no están.- Preguntó él antes de comenzar a hablar, Begoña asintió con la cabeza.- Era lo que esperaba, no quiero que estén presentes, lo que tengo que decirte es de suma importancia.
Por un fugaz instante Begoña pensó que su marido estaba enfermo, que una terrible enfermedad le acechaba, pero todo quedó en eso, en un efímero pensamiento,  al pronunciar la siguiente frase no dejo dudas.
- No soy feliz, llevo mucho tiempo planteándomelo y he llegado a la conclusión que necesito estar solo.
 Los ojos de Begoña se abrieron como platos, contuvo la respiración sin apenas darse cuenta, Andrés ajeno a todo lo que no fuera él mismo, como siempre, continuó.
- No se como explicarte lo que siento, pero si se que me siento vacío. Ya no compartimos nada, a veces te miro y no se quien eres. La mujer de la que me enamoré se ha esfumado…
Begoña lo observó incrédula, de su boca no salía sonido alguno, sus labios parecían estar sellados. Con el corazón encogido dejo que él continuara con su charla.
- Antes eras divertida, inteligente, una magnifica amante, te arreglabas. Ahora cuando te veo no encuentro nada atractivo en tu cuerpo, tus ojos no transmiten el amor de antaño, no hablas, tus silencios a veces me resultan tediosos. Necesito aspirar el aire de la vida, llegar a casa y encontrar a mi mujer dispuesta a escucharme, a reírse… No sé, quizá me equivoque, pero has cambiado, la Begoña que recuerdo ya no existe.
Un silencio se impuso, Begoña intentaba canalizar cada palabra, Andrés estudiaba el rostro pretérito de su esposa. Ella tragó saliva antes de hablar.
-Claro que la Begoña de antes no esta, me he pasado la vida cuidando de vosotros sin más. Deje mi carrera para que tú pudiera ascender, mientras yo cuidaba de ti y tus hijos. Y lo hice por amor, por lo mucho que siempre te he amado. Pero parece que todos mis sacrificios han sido en vano, ya que jamás he recibido un reconocimiento por tu parte, a mis cuarenta y cuatro años según tú, soy una mujer triste, vacía… ¿ Te has planteado que quizá seas tú el culpable?
- No digas tonterías, me ha pasado estos veinte años trabajando como un cabrón, para que a vosotros no os faltara nada. No intentes hacerme sentir el causante de esta situación. Yo he cumplido con mi papel de esposo, eres tú la que has fallado.
Andrés se levantó airado y se dirigió al dormitorio principal. Extrajo una maleta del armario y comenzó a introducir ropa, Begoña se apoyó en el dintel de la puerta y observó la escena, mientras un fuego abrasador corría por sus venas.
- Así que tú has cumplido con tu papel de esposo y padre a la perfección. ¿Cierto?- Andrés la miro de soslayo, sus ojos reflejaban hastío.- ¿Dónde estabas cuando ingresé a tu hijo pequeño con una meningitis? ¿O cuando Javier se cayó de la bici y tuvieron que darle treinta puntos?
- Ya esta bien, deja de de decir gilipolleces. Trabajando, lo sabes muy bien.- Contestó muy enfadado.-
- No, no lo sé. Hasta hoy creí conocerte, disculpaba cada una de tus faltas, pero ahora veo lo equivocada que estaba. Yo renuncié a todo por ti y tú ni siquiera te dignas a recordarlo. Me has dejado sola frente a esta familia, no has recibido un solo reproche en estos años, y te atreves a decirme que ya no me amas porque me he convertido en una mujer aburrida.
- Sabía que me ibas a montar una escenita, es típico de las mujeres.- Comentó sarcástico.-
Begoña se creció, esto era el fin, estaba claro. Pero Andrés no se iba a ir de rositas, ella le había allanado el sendero de la vida, pero no estaba dispuesta a dejarlo marchar sin decir la infinidad de veces que él, el gran hombre, había fallado. A pesar del dolor que esta situación le causaba, tenía que sacar valor, se acabó el permanecer silenciosa porqué Andrés necesitaba paz después de un gran caso. No, esta vez ella iba a verter todas y cada una de sus frustraciones.
- Será típico de las mujeres, pero eres consciente que la tuya no es así. Quizá uno de mis errores ha sido permanecer en la sombra, callando mi dolor para evitarte sufrimiento. Creo que ha llegado el momento de bajarte del pedestal. Tú no has sido un buen compañero, has viajado sin equipaje por la vida, mientras yo me ocupaba de la ropa sucia. No has llegado donde estas solo, yo te he llevado de la mano. Cuando había un caso que te quitaba un sueño, allí estaba Begoña infundiéndote ánimos, cuando la enfermedad agitaba tu cuerpo, Begoña era la que te cuidaba a pesar de estar cansada o enferma como tú. Pero claro eso no tiene importancia, lo importante es lo que a ti te ocurre, tus proyectos, tus retos, tus premios, tu dinero. ¿Crees que yo no tengo nada de eso? Pues los tengo, soy una mujer, inteligente, apasionada… Cuantas veces me he tenido que aguantar las ganas de hacer el amor porqué tú estabas cansado o simplemente no estabas para ello en ese instante, ni te imaginas las veces que he llorado en silencio tu ausencia, o cuando mis padres murieron y tú estabas en una reunión muy importante. Eso no es nada, ¿verdad? Solo los reproches de una mujer amargada.
Quiero que sepas que no estoy amargada, que lo que he hecho por todos y cada uno de vosotros, lo hice por amor, un amor incondicional del cual me siento muy orgullosa. Si no hubiera sido por mis cuidados y me empeño en haceros una vida cómoda, ninguno de vosotros serias lo que sois. No me importa vivir a la sombra de alguien, siempre que ese alguien se de cuenta que existo. Lo único que siento es haberme equivocado de persona, al igual que tú hoy me doy cuenta que no te conozco, el hombre que conocí, con el que emprendí el camino de la vida, se ha esfumado. Ya no eres el Andrés romántico, apasionado y tierno que yo deseaba entre mis brazos. En su lugar ha crecido un hombre egocéntrico, incapaz de valorar lo mejor de la vida, la amistad y el amor han sido remplazados por el poder y el dinero. Te puedes ir, me acabo de percatar que no deseo compartir el resto de mi vida contigo, que la venda que cubría mis ojos se ha caído de vieja. Ahora te veo tal y como eres, un pobre hombre que a punto de cumplir los cincuenta quiere aparentar treinta, esa no es la persona que deseo tener a mi lado en la vejez.
Andrés asombrado por las palabras de su mujer, se había sentado en la cama. De golpe se sentía viejo y cansado, se había dado cuenta de que ella decía la verdad, Begoña era su talismán,  ella era la que hacía todo, la que se encargaba de los menesteres más sencillos, a la vez que importantes. ¿Y él quién era? Un gran abogado, de eso no había dudas, pero apenas conocía a sus hijos, no sabía que comida preferían, o que enfermedades habían pasado. No había percibido la angustia de su mujer, ni tan solo sabía que existía, nunca se había preocupado por ello. Se levantó rápidamente y siguió a Begoña a la cocina.
- Lo siento Bego,- dijo con lágrimas en los ojos- Tienes razón, he sido un egoísta. Nunca te he prestado atención, todo lo he dado por hecho…
Una llamada en el móvil de Andrés interrumpió la conversación. Él miró el nombre en la pantalla y colgó, fue fugaz, un segundo, lo suficiente para que Begoña se diera cuenta de lo que ocurría. Tragándose las lágrimas dio por finalizado su matrimonio.
-Vete, no la hagas esperar...
- No es lo que piensas.- Respondió nervioso-.
- Da igual lo que piense, siempre ha sido así, por qué ahora te iba a importar.
- Quizá porqué te he vuelto a encontrar.- Argumentó, con un tono meloso.-
- Demasiado tarde Andrés, demasiado tarde. Vete, no pierdas el próximo tren…
Begoña aspiro el aroma de las jaras, escuchó el trino de los pájaros y sus ojos se vieron reflejados en la cristalina agua del río. Habían pasado cinco meses desde aquella tarde y a ella le parecían siglos. No estaba equivocada Andrés tenía una amante, una  veinte añera que le había devuelto la juventud añorada. El había vivido un cuento durante mes y medio, pero como todo cuento tiene un final, el suyo también, y no precisamente feliz. Andrés la llamó varias veces y ella hizo caso omiso de sus llamadas, una mañana se presentó en casa para pedirle una oportunidad. Begoña por una vez en la vida pensó en ella mismo y se la negó.
 Y allí estaba pasando unos días en el lugar que más amaba, encajando el rompecabezas en su cerebro, curando las heridas aun abiertas a base de lametazos. Cada día que pasaba se sentía mejor, más fuerte, segura, confiada,
De pronto sintió unas ganas inmensas de sumergirse en el agua que tantas veces había refrescado su piel. Se desnudo pausadamente, lentamente se introdujo en las serenas aguas del río, esté la recibió como si llevara años esperando el momento. Nadó relajándose con cada brazada, notar el agua en su cuerpo desnudo la excitó, una sensación olvidada. Al salir del agua, los rayos de sol acariciaron su piel suavemente, como un amante. Se vistió y con el cabello mojado y la ropa adherida a su cuerpo, dirigió sus pasos a la vieja y solariega casa de su abuela.
Algo había cambiado, unas horas antes mientras paseaba por ese mismo lugar, estaba hundida, no veía la luz al final del túnel. En ese instante se sentía contenta de ser quién era, había descubierto que era capaz de volver a vivir, había dejado en las aguas del río, sus miedos y frustraciones, se sintió valiente, sexy, mujer…
Unas voces la sacaron de sus pensamientos, música, risas. ¿Quién podía ser? Según se iba acercando a la casa, percibió que los sonidos salían de ella, aceleró el paso nerviosa, preocupada por el hecho.
- Sorpresa…- Gritó su prima Marta, saliendo a su encuentro- Creías que te iba a dejar sola el día de tu cumpleaños.
Una sonrisa iluminó el rostro de Begoña, su prima, esa que siempre había estado a su lado, la que nunca fallaba, un hombro en el que llorar, la que durante años le intentó abrir los ojos en lo referente a su marido, la persona que la acompañó en los duros momentos de sus padres. Ella estaba allí de nuevo, Begoña corrió a envolverla en sus brazos, olió su perfume y se sintió feliz. Como por arte de magia salieron sus hijos por la puerta de la casa, aquella que pocas horas antes, ella había dejado vacía y cerrada.
- Felicidades mama.- Dijeron los dos a la vez.-
Begoña atónita por la sorpresa, tardó en reaccionar.
- ¿Pero qué hacéis aquí?- Preguntó incrédula.
- No pensarías que no acudiríamos a tu cumpleaños, después de todo lo que tú has hecho por nosotros.- Contestó su hijo Javier-.
Los dos abrazaron a su madre a la vez.
- Te queremos mama, eres la mejor. No lo olvides nunca.
Begoña notó como sus ojos se humedecían de emoción. Más gente comenzó a salir de la casa, era una fiesta… Su hermano, sus sobrinos, sus amigas, todos estaban allí.
Esa noche en su lecho rememoró lo acontecido durante el día, se percató de que había mucha gente que la quería, por ella, por ser como era. Sonrió al recordar la entrada de un hombre desconocido en la casa, Juan, su prima le había invitado a la fiesta. Juan, su primer novio, aquel con el que se besó apasionadamente tras el pajar. Hablaron durante mucho rato sobre sus respectivas vidas, él también estaba separado, pasaba las vacaciones con sus hijos y padres en el pueblo. Fue algo emocionante, sensaciones memorables, volvió a ser la Begoña adolescente, jugando con sus sobrinos se transformó en la Begoña de la infancia, hasta le pareció oír la voz de su abuela felicitándola.
Lo sabía, sabía que ese lugar le devolvería su vida, se encontraría con ella misma de nuevo. No se había perdido en el camino, simplemente se había extraviado… Y por todo ello, por lo bueno y por lo malo se sintió orgullosa de ella misma, se ser quién era y de ser capaz de amar sin esperar nada a cambio. Estaba segura, de que a partir de ese día la vida le sonreiría.       
Gracia Pérez                                                    

Suspendidos en el tiempo

Por el cristal delantero del coche comenzaba a vislumbrarse el campanario de la iglesia.


( Este es el campanario de la iglesia de la Llama de la Guzpeña, donde vive Teresa,  una de las protagonistas de la novela)