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Ante todo deseo dar las gracias a todos aquellos que quieran compartir conmigo mis escritos.
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Escribo desde lo más profundo de mi corazón, creo que es la mejor manera de llegar al lector.
Gracias a tod@s mis amig@s por su apoyo incondicional, por ellos he publicado mi primera novela, "Designios de una guerra" Si queréis conocerla, tiene su página en Facebook.
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Mil besos y hasta pronto.

lunes, 1 de agosto de 2011

LOS ZAPATOS DEL CISNE.


 Os dejo un relato de moraleja, un maravilloso cuento que estoy segura que en muchos casos se ha hecho realidad.                           




 LOS ZAPATOS DEL CISNE


La sala en la que estaba sentada era fría como un témpano, aquel hombre elegantemente vestido iba enumerando a los miembros de la familia de Leonor. Ella se mostraba distraída y distante, observó como alguno de los allí presentes esbozaba una ligera sonrisa al oír pronunciar su nombre.
Leonor no tenía ganas de reír, se hallaban en ese lugar para escuchar las últimas voluntades de  su abuela, a ella aquello le dolía, su pérdida había sido repentina, se fue sin molestar, como era habitual en ella.
De pronto aquel hombre elegante y estirado pronunció su nombre. Leonor dio un respingo en su silla, y a través de sus gafas lo miró. Este al percatarse de que la chica le estaba escuchando, continuó hablando con su voz de barítono.
- A mi dulce nieta Leonor, le lego mis más preciados tesoros…
Todos los presentes miraron al unísono a Leonor, sus ojos reflejaban sorpresa. El envarado hombre siguió leyendo, a pesar de percibir el clima de tensión que había creado en ese instante.
- Aquellos,- continuó- que con tanto mimo he tratado a lo largo de mi existencia. Y por los que me convertí en la mujer que he sido durante estos dilatados años. Mis zapatos de charol negros y mi primer taller.
Los rostros de los familiares se relajaron al momento, incluso se oyó una exclamación irónica. Leonor se mostró impasible, ella no deseaba dinero, ni propiedades, su único anhelo era que su abuela aun estuviera con ella. Por ello no entendía la codicia de sus primos y tíos, todos esperaban impacientes su parte del pastel.
Su abuela había sido una mujer trabajadora, una artista del zapato, como le gustaba denominarse a ella misma. Desde su más tierna infancia había trabajado en el pequeño negocio familiar de sus padres, conocía cada intríngulis del taller de zapatos. Había cosido a mano miles de ellos, cada uno de esos zapatos tenía una historia. Ella siempre decía que si tenías el placer de conocer a la persona que iba a calzar unos de sus pequeños hijos, el trabajo se hacía más fácil, más dulce, hasta convertirse en un arte. Se había negado a avanzar con el tiempo, era de las pocas personas que quedaban que diseñaba y cosía con amor cada una de sus creaciones. A su pequeño taller, acudían hombres y mujeres de todos los lugares del mundo, su fama había ido creciendo a lo largo de los años y con ella su fortuna. Su entierro fue multitudinario, gente que la familia ni conocía se acercó a darle su último adiós.
Leonor se percató de que sus familiares se habían levantado, algunos daban muestras de enfado, otros lucían una generosa sonrisa. La única que permanecía impasible era ella, había recibido lo que su abuela creyó justo, con eso le bastaba. Con paso lento se dirigió a la puerta, la voz del notario la detuvo.
- Necesito que se quede un instante señorita.
Leonor obedeció y una vez que la fría sala se quedó vacía, el hombre le explicó el porque de su petición.
-Su abuela me pidió que la entregara esta carta junto con las llaves del taller.- Expuso alargando su mano con dichos objetos.-
- ¿Y los zapatos?- Preguntó Leonor.-
- Supongo que en la carta se lo explica. De todas maneras si tiene alguna duda, póngase en contacto conmigo e intentaremos resolverla.
Leonor se despidió del notario y con la carta en la mano salió del lugar. El hombre la observó y recordó todo lo que su abuela había contado de ella…
Sin muchas dilaciones Leonor se dirigió al viejo taller de su abuela, allí la esperaba Fernando, uno de los más viejos ayudantes de la difunta.
- Pase señorita, la estaba esperando.- Dijo el anciano.- Su abuela ya me aviso.
-¿Cómo que mi abuela ya le aviso? Si yo misma me acabo de enterar.- Replicó sorprendida-.
- Hay muchas cosas que usted no sabe...- dijo enigmático Fernando.- Pero pase, pase al despacho de la señora.
Leonor observó cada rincón del ese lugar tan amado por su abuela, rememoró los buenos ratos compartidos en él con ella, sus ojos se empañaron de tristeza y añoranza al mirar el antiguo sillón de piel, ahora vacío.
Lentamente se acercó a él, y se dejo caer en su mullido asiento con dolor. Se limpio las gafas y rasgó el sobre, disponiéndose a leer la carta de su abuela.

Mi queridísima nieta Leonor.
Si estas leyendo esta carta, quiere decir que ya emprendí el último viaje. Comprendo lo triste que debes estar, pero no olvides que he disfrutado cada segundo de la vida, he vivido como he deseado, algo que consideró un privilegio.
Imagino que te preguntaras muchas cosas, cosas que voy a intentar explicarte con estas letras.
Sabes que siempre has sido mi nieta predilecta, desde el mismo día que tus lindos ojitos se abrieron al mundo, supe que eras especial, que eras como yo. Ese es el motivo por el que te enseñado todo lo que sé, mi más ferviente deseo es que te conviertas en mi sucesora.  Te he dejado el viejo taller, porque hay es donde empezó la historia. Quiero que seas tú la que trates con mis clientes preferidos, que mimes sus pies como yo he hecho durante este tiempo.
Pero eso no es todo, te conozco a la perfección se como te has sentido desde tu infancia. Como te ocultas detrás de esas gafas.- instintivamente Leonor se llevó la mano a ellas.- Siempre te has sentido el patito feo, las risas de tus primos y compañeros de colegio han ayudado, a pesar de ser más bella que ninguno de ellos. Yo te entiendo, ya que siempre fui como tú. Hasta que un día mi abuelo cambio el rumbo de mi vida, de la misma manera que yo haré contigo. No te sorprendas, he esperado a mi muerte porque te será mucho más fácil brillar, porque yo ya no necesito eso que tú poseerás. En el armario de la izquierda del despacho hay una caja forrada de seda azul, ábrela.
Leonor hizo lo que indicaba la carta, se sentó en el sillón y abrió la caja. Unos zapatos de charol negro la deslumbraron, con la yema de los dedos recorrió la silueta de estos. Algo se removió dentro de ella, no supo definir el motivo, acariciando aun los zapatos continuó leyendo.
Aunque no lo creas yo era una joven tímida y llena de complejos, mi refugio era el taller, allí trabajaba con mi abuelo, codo con codo, como tú hacías conmigo. Un día conocí al que más tarde se convertiría en mi esposo, me enamoré al instante, en un fugaz momento noté como mis piernas flaqueaban, como mi corazón palpitaba con ahínco. Pero él no pareció darse cuenta de mi presencia, y eso me sumió en una gran tristeza. Mi abuelo, un hombre observador, se percató de mi angustia y un buen día, estando solos en ese despacho al que tanto amo, me regaló esos zapatos de charol negro. Recuerdo cada una de sus palabras como si las acabara de escuchar
Estos zapatos simbolizan a la mujer, pero no a una mujer cualquiera, no. La mujer que tenga el privilegio de calzarlos alcanzara el éxito, se convertirá en una hermosa dama que acaparara la atención de la gente, su seguridad se transmitirá por cada poro de su tersa piel, conseguirá cualquier meta que se proponga. Solo hay una condición, que sea siempre fiel a si misma, que no utilice sus armas para dañar a terceras personas, y que cuando su vida se extinga tenga preparada a otra mujer para llevarlos.
Seguro que pensaras que son cosas de viejos, como yo misma pensé en el instante que mi abuelo me los regaló. Pues estas equivocada, tardé varios días en calzármelos, hasta que una tarde el hombre que ocupaba mi corazón, volvió a entrar en el taller y esta vez acompañado de una exuberante mujer. El alma se me cayó a los pies, mientras miraban los hermosos zapatos expuestos, mi abuelo susurrándome al oído me ordenó ponerme los zapatos. Pensé que era una tontería, pero le obedecí, no deseaba romper los sueños de un anciano.
Al deslizar mi pie dentro del zapato, una energía desconocida recorrió cada nervio de mi cuerpo. Al toparme de nuevo con los ojos de mi amor platónico, este se quedó absorto en ellos, una vigorosa electrizad transitó entre nosotros. Comencé a sentirme esbelta, ágil, seductora, aquella mujer despampanante que le acompañaba, me pareció vulgar, con su cabello teñido, su carmín demasiado rojo, su vestido estrecho, sus ojos vacíos... Fue entonces cuando sin pensarlo, sin preámbulos, ni miedos, me acerqué a ellos, percibí como él caía subyugado a mis pies, A partir de ahí mi vida cambió, más tarde le pregunté a mi abuelo, que poder poseían los zapatos, él, con una gran carcajada, me instó a averiguarlo.
A pesar de mis esfuerzos no he conseguido averiguarlo, pero el efecto es real, no te engaño. Te invito a que los pruebes, a que tus pies se sumerjan en su cavidad, notaras todo eso que te he explicado, y quizá dejes ver a la verdadera Leonor, esa que se oculta detrás de las gafas de carey.
No olvides que te estaré observando.
Tu abuela que te quiere.
ALEJANDRA
Leonor contempló absorta los zapatos, su brillo iluminaba la estancia. No creía ni una palabra de lo que había leído, pensó que eran antiguas leyendas. ¿Cómo unos zapatos podían tener esa clase de poder?
Observó los muchos zapatos expuestos en la estanterías, a cual más hermoso. Su abuela había diseñado cada uno de ellos para una persona en concreto, luego hacía una copia de los que más le gustaban, exponiéndolos en su despacho, cerca de su vista, para recrearse con su belleza. Esa era su abuela, amaba los zapatos por encima de todas las cosas, por lo tanto no era de extrañar que hubiera inventado semejante historia.
Con una sonrisa se levantó del sillón, imaginó que podía ocurrir en su vida si fuera verdad la leyenda.
Se vio rodeada de hombres deseándola, atendiendo a gente importante, mujeres mezquinas mirándola de soslayo… Eso le produjo una gran carcajada, ella que no era capaz de declarar sus sentimientos a Pablo, el hombre que tanto le gustaba. Pero ahora todo sería diferente, tendría que llevar el taller de su abuela, el trabajo no le asustaba, estaba acostumbrada y conocía cada detalle de ese arte.  Otra cosa era tratar con la gente, con los hombres en especial, su inseguridad a veces la hacían tartamudear. Fernando llamó con los nudillos a la puerta, interrumpiendo de esa manera sus cavilaciones.
- Señorita Leonor, hay un caballero esperándola en el taller.- Al pronunciar la frase, sus ojos repararon en los zapatos que había encima de la mesa, una sonrisa iluminó su ajado rostro.-
Leonor se dirigió a la puerta, en el dintel de esta se quedó parada. Vislumbró la espalda de Pablo, él estaba observando unos zapatos, los nervios y la timidez la poseyeron de nuevo, se vio incapaz de avanzar y retrocedió hasta el despacho. Fernando se percató de ello, y sutilmente la indico que se calzara los zapatos de charol negro.
-No tengo nada que perder.- susurró mientras se sentaba de nuevo.-
Se quitó sus botas y deslizó el pie delicadamente en aquellos hermosos zapatos. Una electricidad recorrió su cuerpo, sin darse cuenta soltó su pelo, y las gafas acompañaron a la vacía caja que reposaba sobre la veterana mesa de roble del despacho.
Al andar sus pisadas resonaron en la madera que cubría el suelo, eran pasos seguros, enérgicos. Pablo se volvió al oírlos, y quedó maravillado ante la visión. Aquella mujer que tenía delante, no era la Leonor que conocía, esta era una mujer hermosa, cautivadora, electrizante... Sus ojos irradiaban seguridad, transmitían sinceridad, y sin presentirlo se quedó atrapado en ellos, a duras penas consiguió balbucear unas palabras.
- Hola Leonor, he venido a presentarte mis condolencias por el fallecimiento de tu abuela.
- Gracias Pablo,- respondió segura.- ¿Te apetece tomar una café?
Él asintió con la cabeza y siguió sus pasos.
Ella antes de entrar al despacho miró a Fernando, este sonreía, ella le lanzó un beso.
Al volverse acomodar en el sillón, echo un vistazo al retrato de su abuela, le pareció que este se iluminaba.
La vida de Leonor cambió, jamás volvió a ser la mujer tímida e insegura de antaño. Los zapatos le acompañaron durante toda su vida, a pesar de que pasado un tiempo ya no fueron necesarios siempre que podía se los calzaba. Le gustaba la sensación que estos le producían, los mimaba y cuidaba como si en ello le fuera la vida, buscó hasta hallarla a la mujer que un día, los llevaría, cambiando de esa manera su destino.
No hay leyendas sin verdades, ni verdades sin leyendas. Los zapatos de charol negro, pueden existir, o puedes creer que no. Pero si un día puedes disfrutar del placer de calzarlos sabrás la verdad…
GRACIA PÉREZ

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