Bienvenidos a mi blog

Ante todo deseo dar las gracias a todos aquellos que quieran compartir conmigo mis escritos.
Escribir es mi pasión, que junto con la lectura me han formado como mujer y persona.
Escribo desde lo más profundo de mi corazón, creo que es la mejor manera de llegar al lector.
Gracias a tod@s mis amig@s por su apoyo incondicional, por ellos he publicado mi primera novela, "Designios de una guerra" Si queréis conocerla, tiene su página en Facebook.
Reitero los agradecimientos a tod@s aquellas personas que creen en mi.
Mil besos y hasta pronto.

miércoles, 18 de abril de 2012

"La Madrina" es una historia basada en hechos reales, he tenido el placer de conocer a la protagonista en persona, ella tiene 96 años y es una mujer llena de energía. Gracias Dora por el cariño y confianza que me has mostrado y por ser como eres....



LA MADRINA

Dora tan solo tenía veinte años cuando estalló la guerra civil española.
 La prematura muerte de su padre y la falta de recursos económicos de la familia, la hizo salir de su hogar siendo prácticamente una niña. Comenzó a servir en una casa de Madrid, con tan solo quince años, después el destino la llevó a Barcelona. Dónde trabajo durante mucho tiempo para una amable familia que regentaba una fonda. Con ellos la joven se sintió querida, y respetada, era una más de la casa. Pero el estallido del conflicto cambió su vida y la de la gente que la rodeaba…
 Esta es la historia de una mujer, una joven, sin ideología política, lejos de su tierra y familia, cuya única voluntad fue ayudar en la medida que le fue posible y sobrevivir a la barbarie…

Dora escuchaba aterrorizada el sonido estridente y brutal de los bombardeos que asediaban la ciudad de Barcelona. Ella junto con sus jefes y vecinos, se refugiaba en los sótanos del edificio en el que vivían, situado en la calle Muntaner…
Sus manos cubrían sus oídos, en un intento fallido de paliar ese terrible y mortal sonido. Eran muchas las bombas que con una furia inusitada destruían gran parte de la ciudad condal. Muchas las vidas que se perdieron entre los cascotes de ruinas humeantes. Al principio Dora lloraba ante semejante atrocidad, el tiempo se encargo de calmar su llanto.
- Que triste,- solía decir Dora.- Que al final nos acostumbremos a ver la muerte tan de cerca, tan injusta y cruel, a no derramar lágrimas por los que en ese instante perdieron su vida. Que una guerra haga que un corazón piadoso, se acorace ante el dolor y la rabia.
Los bombardeos se convirtieron en rutina, la música de fondo da la sociedad de entonces.
Dora, trabajaba sin descanso, hacer comidas, lavar ropa, largas colas en las pocas tiendas, pero a pesar del esfuerzo el dinero era escaso, y ella comenzó a coser para las vecinas del barrio. Todo ello le dejaba poco tiempo libre, pero su juventud le regalaba fuerza y ganas. Lectora empedernida, dedicaba sus pocos minutos de relax a ello.
La familia para la que trabajaba, la constituían una mujer y sus dos hijos, el cabeza de la misma había fallecido poco antes del comienzo del conflicto. Los chavales trabajaban mano a mano con su madre, hasta que el frente los reclamó. Uno de ellos, Joan, decidió que no quería arriesgar su vida, él, hombre pacifico no quería manchar sus manos de sangre. Entonces se convirtió en topo, permaneció oculto durante meses, en el fondo de un armario convertido en escondite. Dora se encargaba de él todo lo que podía, ya que la señora, Doña Paquita, requería de su ayuda. La ausencia de sus hijos duplicó el trabajo, y ella no podía con todo…
Dora recuerda con amargura el día que Joan, fue detenido por desertor. Unos fuertes golpes en la puerta la sacaron de la cama, al abrirla dos hombres se abrieron paso entre gritos. En medio de aquel alboroto, Dora permaneció silenciosa, doña Paquita chillaba histérica, los vecinos comenzaron a asomar sus narices en el dintel de la puerta.
Ella observó con los ojos empañados como Joan era arrastrado de su escondite, y conducido a la prisión de Montjuic. Ella no juzgaba, si lo que el muchacho había hecho estaba bien o mal, cada uno toma sus decisiones, lo que tenía claro es que no le gustaba en absoluto lo que a su país le estaba ocurriendo…
Este hecho la aporto un nuevo trabajo, subir cada dos días a la prisión con comida, ropa, y tabaco para el joven Joan. Aquello le suponía horas de caminar, con sol, lluvia o frío. Pero lo hacía contenta, él siempre había sido muy bueno con ella, esa era su oportunidad de devolverle con creces el trato recibido.
Lo que ella no sabía, era que la prisión le enseñaría algo nuevo, diferente, algo que la ayudaría a pasar los años de guerra de otra manera.
Joan le transmitió su pesar por un compañero, paisano de Dora. Un joven que había sido soldado de las trompas franquistas, uno más de esos sin ideología, que por el mero hecho de vivir en una zona del país le reclutaron para la guerra.
Joan le narró en papel a la joven sirvienta, la angustia que tenía Pedro, unos de sus colegas de celda. Este desde que había salido de su tierra, no había tenido contacto con lo suyos, de eso hacía un año. Joan estaba preocupado por su deterioro, por las pocas ganas de vivir que tenía, por la de veces que invocaba a su madre en medio del llanto. Al leer la carta a Dora se le hizo un nudo en la garganta. Esa misma noche le refirió la historia a Doña Paquita..
- Pobre madre, lo que tiene que estar sufriendo. Yo al menos se que mi Joan, esta bien, en la cárcel si, pero a través de tu persona le hago llegar alimentos y se que dentro de lo malo, esta bien. Pero la madre de ese chico vive con la incertidumbre de saber si esta vivo o muerto. En los tiempos que corren, es difícil ser madre, muy difícil, hija mía.- Terminó la buena señora con un tono de dolor.
Durante toda la noche Dora estuvo dándole vueltas a la cabeza, Doña Paquita tenía razón. Esos soldados, no tenían medios para comunicarse con familia. La correspondencia entre las ciudades tomadas por los nacionales y los republicanos, eran inexistentes. Aquello le preocupó, imaginó a su propia madre viviendo esa angustia, esa desazón que te va mermando poco a poco.  Ella tenía suerte, el contacto con su familia lo hacía vía Francia, allí tenía unos tíos, a ellos les mandaba las cartas y ellos a su vez las reenviaban a Guadalajara…

Los días siguientes fueron vertiginosos, además del trabajo, su novio Miguel, había venido del frente con unos días de permiso. Ella intentaba trabajar más rápido para poder salir con él.
Miguel era un joven muy hablador, a Dora le gustaba su compañía, era el hermano de una de sus amigas, así fue como le conoció. Una de esas tardes Dora le explicó a Miguel, lo del joven de su tierra que estaba encarcelado en el castillo. El escuchó atento a su prometida y después expuso su opinión.
- Entiendo tu preocupación, yo doy gracias por encontrarme en el frente catalán, cerca de casa y los míos. No se que sería de mi madre, de mi hermana, de ti, de mi mismo si las cosas se pusieran peor y tuviera que salir a zona nacional. La falta de noticias desgasta la salud, te invade una sensación de soledad absoluta… Pero si no recuerdo mal, hay un grupo de mujeres que se dedican a algo…
Dora se paró en seco, y mientras observaba el rostro de su amado, el corazón comenzó a palpitarle vertiginosamente.
- LAS MADRINAS.- Chilló Miguel.- No recordaba muy bien el nombre, me lo comentó hace unos meses un compañero. Se que funcionan en ambos bandos, no pidas explicaciones de lo que hacen o como lo hacen, ya que no tengo ni idea – Miguel miró a su novia, y una sonrisa iluminó sus labios, retuvo sus manos entre las suyas y fugazmente besó su boca.- Y ahora, creo que tenemos cosas más importantes de las que hablar.-
El día siguiente amaneció lluvioso, casi con el mismo espíritu que el de la joven Dora. Miguel y ella se habían despedido enfadados, su relación pareció enturbiarse ante una negativa. Dora no entendía la insistencia de Miguel por contraer matrimonio, ella no era partidaria de casarse en medio de una guerra. El opinaba todo lo contrario, durante unos segundos rememoró la conversación de la tarde anterior.
- Dora, necesito casarme, irme al frente sabiendo que tú me esperas.- Insistía Miguel muy serio.-
- Pero si yo te voy a esperar igualmente. No hay necesidad de casarse con prisas…
- Tengo la sensación de que no me quieres.- Interrumpió el hombre enfadado.- Si me amaras entenderías mis motivos.-
- Eso no es cierto,- respondió Dora con lágrimas en los ojos.- y tú lo sabes. Pero yo no deseo casarme como si tuviera que ocultar algo…
- ¿Algo? Pero por dios, si no te he puesto una mano encima. ¿Qué coño tienes que ocultar?
Miguel cada vez estaba más enfadado, y ella más dolida. Claro que no habían hecho nada, ella se había prometido llegar virgen al matrimonio, y pensaba hacerlo. También conocía a muchas jóvenes que no pensaban igual que ella, que se acostaban con cualquier hombre que les gustara. Dora entendía que la guerra cambiaba las vidas, todos vivían al límite del abismo, y jamás criticó esos comportamientos, pero pedía la misma vara de medir para ella. Su educación, su conciencia o como se quiera llamar, no le permitía otra cosa.
Las cosas esa tarde acabaron mal, muy mal. Ella entendía ese deseo de casarse para mantener relaciones carnales, en poco tiempo confirmó su suposición. Por su amiga y hermana de Miguel se enteró de que éste se había casado con una joven de Lérida.  Le quedó claro que Miguel nunca la había amado…
Pero antes de confirmar esa verdad, Dora comenzó a hacer algo que recordaría con buen sabor el resto de su vida. En medio del caos, las bombas y el horror, un remanso de paz y esperanza se instauro en su vida.
Uno de los muchos días que subió al castillo de Montjuic, le explicó a Joan su idea, éste se mostró entusiasmado con ella. Y en la siguiente visita, tenía una misiva para ella…
Si, Dora se convirtió en una Madrina, ella se encargó de que las familias de sus paisanos tuvieran noticias de ellos.  Empezó con Pedro, escribió unas líneas a su familia y se informó de cómo hacérselas llegar. El proceso la ocupaba muchas tiempo, ya que tenía que hacer largas colas ante la cruz roja, eran muchas las mujeres que deseaban saber de sus maridos, hijos, hermanos, amigos. El único medio era a través de la cruz roja, había un límite de palabras por mensaje, y así fue como Dora comenzó su peregrinación diaria al puesto más cercano de la cruz roja. Esa primera vez, los nervios la consumían, no sabía que ponerle a esa familia, la carta de Pedro era extensa y larga, hablaba de huertas. viñas, olores, comidas y vinos, también hablaba de amor, a su padre, madre y hermanos, incluso a una chica de su pueblo que antes de que estallara el conflicto estaban festejando. Ella tenía que resumir en pocas palabras la esencia de la carta, y lo hizo.
Querida señora.
Le hago llegar noticias sobre su hijo Pedro, esta en la cárcel de Montjuic, Barcelona. Bien de salud, y les transmite todo su amor, y deseos que estén bien. Dice que le guarden un poco de vino de la cosecha de este año.
Con cariño
Dora Gutiérrez Alba.
La última frase se le ocurrió en el último instante, algo de esperanza no vendría mal a esa familia. Pero como la carta de Pedro le llegó al corazón, decidió contestarle. Y así comenzó su pequeña historia de solidaridad. En la carta le respondía a sus preguntas, le habló del olor a tierra recién mojada, de los trinos de los pájaros encima de la higuera de su hogar, allá en Guadalajara…
Su sorpresa fue mayúscula, cuando a la semana recibió seis cartas de hombres desconocidos. Todos ellos estaban en el penal de Montjuic, cada uno de ellos le enviaba la dirección de su familia para que se comunicara con ellos. Y cada uno de ellos le relataba sentimientos, dolor y nostalgia. Dora contestaba a cada una de ellas, y al poco tiempo recibía respuesta. Y así pasaron meses, escribía con la luz de la vela, a altas horas de la madrugada.
La voz se corrió como la pólvora y en poco tiempo las cartas se multiplicaron, ya no llegaban solo del castillo de Montjuic, también del castillo de Cardona, otro bello lugar utilizado como cárcel. Ella escribía y leía, acudía a la cruz roja de la calle Balmes cada dos días, todos querían que sus familias supieran que estaban vivos aun…
No se acuerda de cuantos ahijados tuvo, fueron tantos que perdió el número. Algunos han quedado grabados en su corazón con fuego, sus palabras transmitían la más absoluta tristeza. Todos le ponían frases bonitas, llenas de agradecimiento por su labor.

La guerra acabó, y esos soldados volvieron a sus tierras. Los nacionales al frente de Franco gobernaban España. Una España triste, pobre y derruida…
Dora continuó con su labor, trabajando sin descanso. Joan volvió a casa, el hermano se exilio en Francia. Pero Dora guardó durante años los recuerdos de una guerra, que no eran balas, ni pañuelos, ni heridas, no, ella guardó esas cartas llenas de ternura, de necesidad, nostalgia, recuerdos, amor…
Y a veces la vida sorprende…
Dos años después de acabar la guerra, en la fiesta del pueblo natal de Dora, un hombre sacó a bailar a su hermana. Entablaron conversación, y éste le preguntó por Dora.
La hermana respondió que ella seguía en el mismo lugar, trabajando para la misma gente. Adolfo, que así se llamaba el hombre, le relató que él era uno de sus ahijados durante la guerra. Al acabar la misma, y con los nervios había perdido la dirección de la joven. La hermana después de oír emocionada y orgullosa lo que Adolfo le contaba, decidió darle la dirección. Y así fue como años después Dora volvió a tener noticias de uno de sus ahijados, todo empezó con un agradecimiento por el bien hecho en tiempos de guerra. Lo mucho que subía su moral, las cartas redactadas por ella, y después de un periodo largo de misivas de ida y vuelta. Dora y Adolfo, contrajeron matrimonio…

Esto no es un cuento, es una historia. La historia de una mujer que vivió esa dura época, que recuerda con más rencor, y malestar la posguerra. Ya que durante la guerra ella tuvo una misión, da igual como quieran llamarla, ella y solo ella sabe el bien que hizo a muchos hombres, que en medio de la soledad se sentía menos solos.
Dora con sus noventa y seis años es una mujer de mente ágil, despierta, y alegre. Su lucidez y cultura cautivan al que la conoce, como es el caso de esta que escribe.
En la guerra todos tuvieron una misión, unos arriesgadas, otros en la retaguardia, y otras cientos de mujeres, como Dora, más del sentimiento que llega al corazón.
Gracia Pérez





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