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miércoles, 18 de abril de 2012

UN VIAJE POR EL ALMA. SON LOS SENTIMIENTOS DE UNA GRAN AMIGA EN SU PRIMER VIAJE A SENEGAL


UN VIAJE POR EL ALMA

Todo empezó como una aventura, el día que Mónica y Jordi, decidieron emprender el viaje a Senegal, estaban emocionados. Ellos junto con un grupo de familiares decidieron sumergirse en el África profunda, allí donde no existen grandes complejos turísticos que ocultan la verdadera esencia de África. 
Lo tenían todo bien pensado, una de las mujeres que formaban el grupo, era íntima amiga de una misionera que lleva más de cuarenta años trabajando en mejorar la vida de los senegaleses. Su destino era ese, no serían solo unas vacaciones de turismo, no, ellos querían aportar su granito de arena. Y así, Mónica contactó con laboratorios, empresas de juguetes, papelerías…   La gente reaccionó bien, les entregaron alimentos para bebés, juguetes, libros, lápices, libretas, y sobre todo medicamentos, algo que realmente era necesario.  Su equipaje personal era ínfimo, ya que todas las maletas eran ocupadas por objetos necesarios para ayudar a la misión. Muchas valijas se llenaron con ropa que la gente generosamente donó.
Con todo atado, y la emoción a flor de piel, iniciaron el viaje que de alguna manera cambiaría sus vidas.

Muchas horas de vuelo, fue el principio, el cansancio lo dejaron en Barcelona, la adrenalina golpeaba con fuerza en sus venas. Toda una aventura, se decía a si misma Mónica. Ella es una mujer especial, dulce, amable, amiga de sus amigas y sobre todo solidaria. Por eso el viaje la tenía subyugada, pero lo que ella imaginó, pensó, o soñó, nada tenía que ver con la realidad latente que se encontró.
Al llegar a Dakar, tomaran un barco que les llevaría a su destino, Zinguichor, en la nave cruzaron el inmenso río de Casamance. Este río tiene una longitud de 320 Km. Nace en las colinas Fout- Djalon y desemboca en el océano atlántico. Es como si fuera un brazo del mismo océano, sus mareas altas hacen que muchas veces el mar avance sobre él, de ahí parte de su encanto…
Mientras Jordi, cámara en mano grababa todo lo que captaba, Mónica quedó atrapada por el murmullo de las aguas, la esplendora divinidad de las mismas, los reflejos que de estas brotaban, destellos de pequeños diamantes en un halo de luz. Las pequeñas y destartaladas barcas de pesca de los lugareños que navegaban por él fundiéndose con las aguas, la frondosa vegetación que alfombraba parte del río, donde las ostras habitaban a su antojo. Mónica comenzó a percibir, la magnitud del lugar, le impresionaba la luz, esa luz inigualable, esa luz única y genuina que solo África posee.
Por fin llegaron a su destino, desde tierra firme una mano saludaba con entusiasmo. Era la mujer que había entregado su vida a los demás, feliz saludaba a sus invitados. Ella sería la guía de esta aventura.
Desembarcar tanto equipaje llevó su tiempo, pero lo que no imaginaban era la recepción que la gente de la misión les tenía preparada. Las mujeres con sus vestidos multicolores, cantaban y bailaban a su alrededor, con alegría y agradecimiento. Los niños, esos pequeños que no poseen nada, cogían sus manos con dulzura, una sonrisa perenne iluminaba sus diminutos rostros.
Todos los recién llegados se emocionaron ante tal despliegue de gratitud. Una vez las primeras emociones pasaron, se dispusieron a ordenar todo el material que portaban. La misión era una fiesta…
Los días siguientes los dedicaron a visitar obras que la misión había fundado. El primer lugar que visitaron fue una leprosería, si, algo que para nosotros esta erradicado desde tiempos inmemorables, para ellos es una lacra que merma su salud y con ello sus vidas. Les recibieron con la misma alegría que en todos los lugares que posteriormente visitarían. A pesar de que tenían pocos motivos para reír, la mayoría de los adultos estaban allí por la enfermedad, mutilados de algún miembro, o sin parte del rostro, otros muchos ya ni estaban. Los hijos de estas familias conviven con ellos, muchos se han quedado después de la muerte de sus progenitores. Esos niños, adolescentes y jóvenes, mostraban su alegría, ante una situación tan diferente, les encanta posar para las fotos, buscan la cámara de grabar para que Jordi no se olvide de ellos, a todos los visitantes les dieron una lección de vivir, enfermos, solos, y sin nada, consiguen sonreír.
  En una guardería de Oukout, una de la muchas que visitaron, los pequeños recibían una alimentación adecuada, muchos de ellos eran huérfanos, otros eran dejados por sus madres mientas ellas trabajaban en el campo, sabían que allí al menos se alimentarían una vez al día.
Los niños y niñas los acogieron con entusiasmo, sus pequeñas manitas aferraban con fuerza las manos de los convidados. Les cantaron canciones al ritmo de sus pies, sus enormes ojos negros transmitían alegría. Mónica, enmudeció de emoción, “aquellos niños no tenían nada” y eran más felices que muchos de los del primer mundo, por llamarlos de alguna manera.
 A Mónica le llamó la atención una cosa, los pequeños tenían sus pequeñas narices cubiertas de secreciones, ella preguntó el porqué. La respuesta la impacto, un mosquito transmitía una enfermedad difícil de curar, y la consecuencia era esa, al mismo tiempo que sus narices eran limpiadas, volvían a cubrirse de las mismas. Era imposible mantener a un niño con la nariz limpia.
Recorrieron en un coche todos los trayectos, carreteras infernales, pero salpicadas de color. Los verdes parajes, los contrastes de luz y sol resplandeciendo a su paso, hombres y mujeres caminando por ellas, aportando matices al paisaje. Grandes fardos reposan en las cabezas de las mujeres, de leña, agua o alimentos, los llevan con orgullo, dignidad y sobre todo con gracia, sus cabezas en perfecto equilibrio, los pesados fardos se balancean al son del movimiento de sus caderas. Mientras Mónica y sus amigos recorrían el país en el coche, se percató de la inmensidad de África, cientos de kilómetros acompañados de naturaleza extravagante, bosques frondosos, selva salvaje…
 Uno de esos viajes lo hicieron a través de la playa, a Mónica cuando el conductor lo propuso le pareció surrealista. ¿Cómo iba un coche a viajar por la orilla del mar durante muchos kilómetros? Pues lo hizo, ella se perdió en ese viaje, en el laberinto dejado por los neumáticos en la fina arena de playa, la belleza de un mar en calma salpicado de tenues colores ¡y sorprendente! montones de vacas reposando en la misma orilla. La puesta de sol fundida con el horizonte del mar, la sutil luz la hace parecer un hermoso cuadro
 ¡Esto es África! Se dijo a si misma.
 Tantas y tantas cosas captaron su atención… Su corazón aun pasado varios meses se encoge al recordar una aldea, una familia, una niña. Una de las muchas que conoció en esas vacaciones, pero distinta, sus ojos no transmitían la alegría del resto, sus manos no buscaban refugio en las suyas. Mónica tragaba saliva con fuerza, en un intento de paliar las lágrimas que pugnaban por salir. Esa pequeña en menos dos meses se había quedado huérfana, las enfermedades habían llevado a sus padres a la tumba, ella, quedó al cuidado de su tíos. Una familia pobre, tan pobre que lo único que tenían ese día para comer eran tres cocos, y con todo el cariño agasajaron con ellos a sus invitados. Mónica no quería comerse el poco alimento que ellos poseían, pero tampoco quería ofenderles, como pudo se comió un pequeño trozo de la blanca carne del coco, mientras sus ojos reflejaban la tristeza que sentía, la pequeña bebió del coco que Mónica le ofreció, era tan bonita…
La misionera, le recordaba a la madre Teresa de Calcuta, entregada a los pobres en cuerpo y alma, allá donde iban era recibida con amor, con abrazos y enormes sonrisas blancas. La alegría de los lugareños al verla era autentica, tanto, que emocionaba.
Descubrió a muchas personas de diferentes lugares del mundo que intentan ayudar al país, a la gente, con el poco dinero que reciben hacen mejoras, pequeños negocios para poder subsistir. Ambicionan que los niños tengan una educación, para poder salir del infortunio, tarea ardua y complicada, porque África en si, ofrece pocos efugios…
En una escuela encontró ordenadores, de lo viejos, de aquellos armatostes que han pasado a la historia en el mundo, pero para ellos que no conocen otros es alucinante. Vio los cimientos de una futura universidad, aquello la aportó esperanza, pero no más que la que los senegaleses retienen en su alma.
Son un pueblo feliz, a pesar de sus carencias, de las enfermedades que merman su población, algunas de ellas en Europa están erradicadas, pero ellos no tienes las medicinas necesarias para curarlas.
Por sus largos trayectos observó la mezcla de palmeras y arrozales, ésta última, base de su alimentación. Mónica saboreó un arroz con gambitas y cebolla, las gambitas eran diminutas, pero sabrosas, la cebolla es diferente en forma y nombre a la nuestra, pero aporta el mismo sabor. Aquel plato le supo a gloria… Para ellos es la mejor comida, para nosotros la más sencilla.
Todas esas diferencias la hacen meditar, sobre nuestra sociedad, la vida, el estrés… Al pensar en esta última palabra una sonrisa ilumina su rostro, en África ese vocablo no existe, allí el tiempo se detiene, no tienes noción del mismo. Un día es mejor que el otro, los aromas, los colores, la ilusión, las ganas de vivir de un pueblo que afronta las desgracias con dignidad, porque saben que no les queda otra que seguir luchando, por ellos, por sus hijos, por poder llevar algo a la boca cada día. Esa es su lucha, ellos no piensan en coches, ni en grandes pisos, ni ropas, no, ellos han de subsistir con lo que tienen, con lo que la tierra les da, cuando les da, con lo que el río les ofrece, y con lo que el mar les regala. Y a pesar de ello ninguno llora…
El viaje tocaba a su fin, pero ellos no querían marcharse de allí sin visitar un lugar. Una isla, la isla del terror para muchos africanos, aquella que hace siglos albergó en sus diecisiete hectáreas a más de veinte millones de africanos. LA ISLA DE GORÉE. Tristemente conocida por ser donde los negreros retenían a las personas, con nombre propio, familia y corazón, que eran secuestrados de sus aldeas para conducirlos a la América del algodón, y a diferentes partes del mundo para ser esclavos de los blancos.
Mónica al entrar en la casa que fue la tortura de muchos seres humanos, contuvo la respiración. Es difícil entender como personas con corazón pueden traficar con otros de su misma condición. La historia cuenta que fueron los portugueses los primeros en empezar semejante atrocidad, pero no fueron los únicos, a ellos se unieron para nuestra propia vergüenza, españoles, que engordaron sus fortunas con la trata de negros, como bien refleja Berta Serra, en su novela, Los ojos del huracán. Esta terrible tragedia se llevó a término durante cuatro largos e interminables siglos.
 El guía les mostró las diferentes habitaciones, la de los hombres, la de las mujeres mayores, otra para las mujeres jóvenes, una para los niños que eran arrancados sin piedad del pecho de su madre. Y la más escalofriante de todas, aquella que hace que la bilis suba a la garganta, la de engordar, ya que para poder adquirir un buen precio el peso mínimo debía ser de sesenta kilos, y la dentadura perfecta. Mónica no daba crédito a lo que oía, más de seis millones de personas murieron entre esas paredes antes de ser embarcados para el certero destino del sufrimiento. Evitaban que las madres oyeran el llanto de sus hijos, porque según ellos podía enfermarlas, las mujeres tenían un valor añadido, ya que eran utilizadas de la misma manera para trabajar, que para esclavizarlas sexualmente.
Al salir de la casa de los horrores, Mónica leyó un cartel, si todo lo que había visto y oído era espeluznante, el cartel fue el que hizo que finalmente las lágrimas se deslizaran por sus mejillas. “AQUÍ SE ABRE LA PUERTA SIN RETORNO, LA PUERTA AL INFINITO DOLOR” Esa puerta fue lo último que vieron de su país millones de persona antes de ser transportados como ganado en los barcos negreros…
Como no emocionarte, como no llorar, como no sentir…
Después de aquella visita decidieron terminar su largo, maravilloso y enriquecedor viaje en Dakar, la capital del país. Una ciudad destartalada, llena de colorido y sin orden. Donde la gente viaja en bicicletas y motos, los autobuses inspiran más miedo que confianza, llena de pequeños mercadillos donde la gente expone su mercancía. Para Mónica aquella apacibilidad relativa, aquel comercio con risas fue un soplo de aire fresco, después de ser testigo de tanta injusticia.
Durante el largo trayecto a casa, ella meditó mucho sobre lo visto y guardó en su corazón los recuerdos.
 Sus amigos hablaron largamente sobre los niños conocidos, una de ellas se había enamorado de una pequeña que no quería separase de sus brazos, incluso habló de adoptarla. La criatura era huérfana, como tantos otros, la mujer se lo planteó a la misionera, pero esta no es partidaria de esos cambios. Sus palabras serenas y sabias enmudecieron al grupo.
-Veréis, vosotros estáis convencidos que en vuestro mundo serían más felices.  Y quizá en parte os tenga que dar la razón, no les faltarían buenos médicos que cuidaran sus enfermedades, tendrían salidas laborales después de estudiar, vivirían en igualdad de condiciones que vuestros hijos. ¿Pero realmente ellos necesitan todo eso? ¿De verdad creéis que serían más felices que ahora?
Todos la miraron expectantes a la vez que perplejos, claro que estarían mejor, no tendrían que luchar cada por sobrevivir, no habría moscas que transmitieran enfermedades, su educación les abriría puertas. Eso pasaba por sus cabezas durante los minutos que la misionera les dio para reflexionar, pero todo aquello quedo suspendido en el aire al oír su verdad, su meditación sobre el tema y la vida.
- Bien.- Comentó, mirándolos a los ojos con una vaporosa sonrisa en los labios.- Percibo perfectamente vuestro razonamiento, no olvidéis que yo he convivido durante años con esa sociedad, y ahora, aunque sea esporádicamente lo continuó haciendo.- Aquí hizo una pausa para observar los rostros.- Las personas por naturaleza pensamos que nuestra forma de vivir es la mejor, que la sociedad que nos rodea es la ideal. Pero ahora ser sinceros con vosotros mismos, analizar lo que habéis visto, oído y sentido.  Valorar eso, recordad, como aquí los más grandes cuidan de los pequeños, no por obligación, es por amor. Habéis sido testigos de cómo un simple gesto les hace reír, como la enfermedad les une, una canción les alegra, un beso les cautiva, una sonrisa les subyuga. De verdad pensáis que una sociedad en la que siempre se desea lo que tiene el vecino, ¿es mejor? Que mis niños serian más felices rodeados de lujos.
Decidme, cuantas veces habéis visto a un niño tan feliz sin nada material, con un simple juguete construido con materiales rudimentarios, cuando habéis sido receptores de tanto cariño sin dar nada a cambio…
Todos meditaron durante unos minutos, y fue Mónica la que rompió el silencio.
- Nunca, los niños que yo conozco en España, son felices, cierto, pero lo tienen todo, juguetes, ropas, colegios etc. Solo tienen que abrir la boca para ser recompensados, y lo peor es que la mayoría de las veces no aprecian el esfuerzo que sus padres hacen para cómprales eso que tanto desean…
De nuevo el silencio.
- Eso es lo que quiero que veáis, no quiero que ellos cambien, no deseo que su felicidad dependa de una consola, de un vestido. Ellos son felices por lo que son, lo poco que tienen lo valoran con amor, ellos son la esencia del alma. Puede ser que mucha gente opine lo contrario, pero yo que deje esa vida por esta, se cual es mejor. Y no cambiaria por nada del mundo, la felicidad sincera de esta sociedad, a la hipocresía material de la otra, el amor compensa las carencias, y sobre todo aporta felicidad…
Después de esto no quedaron dudas.
Una vez en Barcelona todos tardaron mucho tiempo en ubicarse, insólitamente lo que antes del viaje les parecía cotidiano y normal, como abrir un grifo y dejar correr el agua, supermercados llenos de comida, miles de cosas que hasta entonces ni tan solo se habían planteado . Todo, absolutamente todo les pareció excesivo, extraño, como si aquel largo mes en el que reloj detuvo sus agujas, hubiera detenido de la misma manera sus vidas…
 Y ahora solo dejo una frase, una frase elegida por ellos, una frase que define un pueblo.

TODO PARECE IMPOSIBLE, HASTA QUE SE HACE
NELSON MANDELA
Fin

He tenido el privilegio de que una buena amiga, Mónica, compartiera las experiencias vividas en Senegal, África. He intentado transmitir sus sentimientos, todo aquello que cautivo su corazón, y que como ella dice le ha enseñado a vivir mejor, a valorar las cosas por su justa medida. Aunque gran parte de los recuerdos quedaron grabados en imágenes, los mejores los lleva guardados en lo más profundo de su alma.
Gracias Moni, por ofrecerme la posibilidad de plasmar con palabras tus sentimientos.
GRACIA PÉREZ

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